Por David R. Lorenzo (Autor del libro «El adicto»)
El adicto es un enfermo cuya mente se nubla más que el cielo mismo y destroza sus anhelos en partículas de penumbras; las cuales, atraparlas, nuclearlas y volver a darles color esperanza puede constituir una dolorosa y dramática odisea, bañada de lágrimas
negras.
La palabra adicto se usa desde hace varios siglos y proviene del latín “addictus” que desde la época del imperio romano quería decir “asignado”, “entregado”, “adjudicado” o “heredado”.
Cuando Roma ganaba una guerra los prisioneros eran subastados como esclavos. También, el deudor insolvente era entregado como esclavo a su acreedor, por la falta de pago. Esos esclavos eran conocidos como “addictus”.
Entonces, en pocas palabras, actualmente un adicto es un esclavo de las sustancias, conductas y comportamientos inadecuados. La diferencia es que los esclavos de esa época sabían que eran esclavos, y el adicto moderno no se da cuenta de que es un esclavo, sino en determinadas circunstancias, principalmente cuando su enfermedad ha avanzado demasiado.
El adicto es un individuo que ha perdido totalmente su libertad y su enfermedad es la que decide qué hace, cuándo lo hace y cómo lo hace. La adicción se apodera de él y toda vida gira en torno a ella, dejando su parte humana a merced de sus fantasmas y demonios.
De todos los esclavos, es el mejor y el perfecto porque no sabe que es un esclavo, quiere estar en esclavitud y no se rebela contra su exactor. Está completamente sumiso y subyugado a nivel psicológico, físico y espiritual, y como dice la canción titulada: “No sé porque te quiero”, de Ana Belén y Víctor Manuel, “él se cree libre porque anda suelto, mientras arrastra la soga al cuello”.
Como esclavo fiel, está arrodillado en el último grado de la humillación y no es capaz de levantarse por temor a ofender a su amo. La esclavitud para él es un placer, pero probablemente más placer siente con los latigazos que le propina su adicción, que no solo desgarran su carne, sino que destrozan también su alma y su vida.
Escapa del Edén para residir en el infierno y carece de valor para derribar sus rejas, incinerar su adicción y botar sus cenizas. Rehúye a ser un asceta y acrisolar su alma, sino que por el contrario, infecta su espíritu por medio de los placeres materiales y se encandila hasta frente al oropel.
Es una persona cuya vida está controlada de manera crónica y progresiva por el consumo de sustancias o la realización de conductas y comportamientos de difícil desprendimiento y que progresivamente le van causando un total deterioro físico y mental, que puede llegar hasta la muerte.
Quiere vivir a su manera, pero a costa de su familia o de otras personas y no tiene tiempo para pensar en los demás, sino únicamente en su enfermedad. Al ser un psicótico, se olvida con facilidad del dolor, de sus alaridos y de todos sus fracasos, aunque viva un estado de continua angustia y la historia de su vida la escriba con
tinta de sus lágrimas.
Para él, el día más claro es gris y vive entre la bruma y la oscuridad aunque esté dentro de un rayo de luz, porque no sabe reír ya que en su camino solo existe la tristeza y el llanto
amargo de la soledad concreta. No sabe cantar, ni soñar cantando, ni vivir soñando el nuevo sol, sino que abraza su vicio con gran intensidad y renuncia a la vida, porque no encuentra la alegría aquí en la tierra, ni la sabe buscar más allá de las estrellas.
Es un enfermo que no huele lo que se quema, un soldado que morirá en una guerra avisada, un caballo desbocado y sin jinete, un pájaro sin nido que vuela en retroceso, un cuervo que a cualquiera le puede sacar los ojos, un cerdo obsesionado por el fango y un
camarón que aunque se duerma o no se duerma, como quiera se lo llevará la corriente.
Sus promesas huérfanas van por un lado y a la intemperie, y sus frenéticas y descontroladas actuaciones viciosas van por otro. Emparejar el vuelo de ambas es imposible, por ser una herejía y porque colapsan, en tanto no salga de su agónica turbulencia.
No importa cuántos fracasos tenga, porque tropezará mil veces con la misma piedra. Como es un patrón de conducta común a todos los adictos, una vez conoces a uno, puede identificar a todos los que existen en el mundo, y a los de las próximas generaciones.
Es idéntico al famoso “Bolero” del músico neoclásico francés Joseph Maurice Ravel, estrenado en la ópera Garnier de París el 28 de noviembre de 1928, y dedicado a la bailarina Ida Rubinstein, el cual es una monotonía con una melodía obsesiva, caracterizada por un ritmo y un tiempo invariables, salvo los efectos orquestales, que comienza lentamente, casi silencioso y con un instrumento en su primer compás; en el segundo repite la misma melodía pero con más instrumentos, y en cada nuevo compás repite la misma melodía agregando más instrumentos, hasta terminar con lo que en música se conoce como un “tutti”, es decir, con todos los instrumentos y en su mayor
intensidad.
Por igual, el adicto empieza un día de una manera simple, lenta y sigilosa, con su primer compás, y luego repite, repite y repite su mismo patrón de conducta, es decir, la misma melodía en cada compás de su vida pero cada vez su consumo es mayor, más arriesgado,
peligroso y dañino, agregando, como el famoso “Bolero”, más instrumentos, hasta que termina con un “tutti” y en un “allegro agitato” (súper agitado), lo que significa, todo destruido en su mayor intensidad, y convertido en una bala perdida en medio de la tiniebla, en una cáscara inservible o en una hoja seca que arrastra el viento.
(Tomado del libro «El adicto», páginas 25,26,27 y 28)
