Por Guiomar Huguet Pané (National Geographic)
Sucede que en todo conflicto bélico los soldados que luchan en primera línea acaban actuando en última instancia como meros peones. No porque no tengan voluntad o convencimiento, sino porque en los niveles más inferiores de un ejército no existe la capacidad de decisión.
Ellos están a merced de las órdenes de sus mandos que, a su vez, están subyugados a las de sus superiores y así sucesivamente hasta llegar al máximo representante del país implicado en el conflicto. Esta posición es una de las cosas que les convierte en iguales, independientemente de si a su vez son también enemigos.
Por ello, no resulta complicado encontrar muchas anécdotas que cuentan como, en los momentos de debilidad -que en una guerra son constantes- los soldados de diferentes bandos han llegado a confraternizar dejando de lado su condición de enemigos pero apelando a su condición de personas humanas.
La Tregua de la Navidad de 1914 durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) es uno de los más célebres ejemplos de simpatías entre enemigos. En el caso de la imagen que precede a estas líneas se trata de un soldado alemán capturado tras la batalla de Mareth (marzo de 1943), en el frente africano de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que está compartiendo un cigarrillo con un soldado inglés herido en la misma batalla.